¿Genialidad o pastiche? ¿Arqueología musical, o burdo copia-pega? ¿Puesta en valor y reivindicación, o uso descarado de material ajeno? El sampleo, que surgió en las blockparties del Bronx -consideradas el caldo primigenio del hip hop-, se acabó convirtiendo en un recurso universal, traspasando décadas y estilos. Por el camino, esta técnica ha pasado de la indiferencia a la sobreexposición, generando controversias a nivel artístico y legal. A favor o en contra, lo cierto es que la manera en que se crea y produce gran parte de la música popular desde finales del siglo XX no podría entenderse sin la influencia fundamental del sample.
Mi primer contacto consciente con el sampleo tuvo lugar al poco de llegar a la universidad: los Beastie Boys de Hello Nasty (1998), al final del tema ‘The Move’, insertan en loop una pegadiza estrofa en castellano que dice “hubo una vez un gran rey / que tenía muchas tierras, un castillo y también un amor”.
Era divertido escuchar aquello sin parar, mientras hacíamos el ganso. Pero la broma dejó poso, y poco después descubriríamos que se trataba de un extracto de la canción ‘El Rey y Yo’, de una banda chilena de los ’60 llamada Los Ángeles Negros que se movían entre los boleros, el rock, el funk. También nos dimos cuenta de que los temas de los Beasties estaban plagados de cachitos de canciones (más o menos obvios, más o menos distorsionados) provenientes de infinidad de épocas y géneros, con los que daban forma a sus propias composiciones, a la vez que re-contextualizaban el material original.
¿Habría oído yo hablar de los Ángeles Negros de no haber sido por el trío más zumbado que jamás salió de Nueva York? Sencillamente, no. Y ahí reside parte de la magia del sampleo.
SAMPLEAR
Tomar una muestra (sample) de una canción o pasaje sonoro, transformarla (o no), e integrarla en una creación nueva. Tan simple como eso. O -sumando elementos como la repetición, la superposición, la transformación y el tratamiento del sample- tan complejo como la imaginación, el talento y la técnica del artista sean capaces de concebir.
ÉRASE UNA VEZ UN BREAK
La historia del sampleo comienza con dos tocadiscos en una fiesta en el Bronx, allá por 1973. Kool Herc, con sangre jamaicana corriendo por sus venas, hacía sonar en su soundsystem música que no podía escucharse en otros sitios, principalmente hard funk rebelde y politizado, pero musculoso y cargado de ritmo. No tardó en darse cuenta de que había un momento en algunas canciones en el que público se volvía loco. Ese punto solía coincidir con el break, o puente entre estrofas, donde la percusión tomaba el protagonismo. Aquello fue una revelación, y pronto depuró la técnica del breakbeat: alternando entre dos copias del mismo disco podía extender el break todo lo que quisiera, mientras arengaba a los bailongos (a la postre, break boys y break girls) allí congregados a mover el esqueleto. Uno de sus breaks recurrentes venía de esta versión del tema ‘Apache’ que hicieron los Incredible Bongo Band, y que acabó siendo de las canciones más sampleadas de la historia, además de considerarse el himno nacional del hip hop:
Estos sampleos iniciales fueron depurándose según más Djs exploraban las posibilidades de la técnica, al tiempo que escarbaban en las cajas de discos de música negra en busca de breaks rompedores. Durante unos 6 años aquel fue un movimiento que tenía lugar exclusivamente en vivo, sin grabaciones de estudio, producción o promoción.
La semilla estaba sembrada, y cuando lo underground del hip hop se asomó a la superficie llegó el gran estallido: al mismo tiempo que avispados ojeadores empezaban a fichar chavales del barrio para llevar la calle al estudio de grabación (Sugar Hill Gang fueron la avanzadilla, y su ‘Rapper’s Delight’ el primer gran hit del género), la tecnología se ponía a punto para que el sampleo subiese de nivel, permitiendo ejercicios cada vez más ambiciosos y elaborados. Así, la primera generación de samplers, como el Roland TR-808, o los Emu SP-12 y SP-1200 se convirtieron en herramientas habituales de los productores de hip hop en los ’80. Estos aparatos permitían grabar, almacenar, secuenciar y reproducir samples y ritmos, aportando además un sonido característico a toda una generación. Con la llegada del sampler las posibilidades creativas se multiplican, lo cual dio lugar al inevitable salto desde el hip hop a estilos tan dispares como el House ya en los ’80, el Hardcore, el Drum & Bass, el Techno o el Pop comercial a partir de los ’90. Todos ellos adoptaron a su manera el sample como elemento constructivo de la música que facturaban.
Por supuesto, poco después llegaría la irrupción del ordenador personal, junto con medios domésticos de grabación y producción cada vez más accesibles. El sampleo se democratiza, y al convertirse en masivo, el romanticismo de los inicios se diluye en una marea de bancos de samples y estudios de mercado. Nada nuevo, por otro lado.
POSICIONES ENCONTRADAS
El trayecto desde el Bronx al mainstream no estuvo libre de obstáculos. El sample, como muchos otros avances en la música, se ha abierto paso mientras daba pie a debates a su alrededor que, de un modo u otro, acababan influyendo en su propio desarrollo.
Por un lado está el inagotable conflicto entre ortodoxia y progreso: Los más puristas todavía se rasgan las vestiduras y miran por encima del hombro a toda obra donde se usen samples. Sin distinción, se enarbola una supuesta superioridad técnica, instrumental y compositiva asociada a la música concebida y ejecutada al modo ‘clásico’. Un exponente de esta postura es Steve Albini. Tótem del rock independiente, productor mayúsculo de bandas como Pixies o Nirvana, Albini es de la opinión de que el sampleo como herramienta creativa requiere de muy poco esfuerzo; que usar algo que ya existe para hacer otra cosa es demasiado fácil, hasta el punto de afirmar que aquellos que samplean deberían ser conscientes de la poca trascendencia que tendrán y sentirse avergonzados de lo que hacen.
El problema de opiniones tan categóricas y generalistas, es que siempre es fácil encontrar un contra-ejemplo que las desmonte. Así, si extrapolamos esa visión del sampleo a otras disciplinas artísticas, se podría decir que el cine de Tarantino es simple e intrascendente, ya que en sus películas ha tomado prestadas cosas que ya hicieron Kurosawa o Leone, lo cual es estúpido. De igual modo, Warhol debería ser tomado como un farsante que simplemente coloreaba fotos publicitarias y las repetía, lo cual es igual de estúpido. Llevado al absurdo, la fotografía tendría que verse como un arte menor, ya que apretar el disparador de una cámara es infinitamente más fácil que pintar un cuadro.
Por otro lado aparecieron los ejércitos de abogados: hasta finales de los ’80 el peso del hip hop era relativamente pequeño en la industria. Durante ese tiempo pocos prestaban atención a aquel nicho y la libertad era total. Barra libre de samples. Pero (¡sorpresa!) en el momento en que los dólares empezaron a correr, el escrutinio sobre los samples utilizados y las denuncias por propiedad intelectual se multiplicaron. Unos que aprendieron la lección por las malas fueron De La Soul. En su álbum 3 Feet High And Rising (1989), incluyeron 12 segundos de un tema de The Turtles para el que no habían adquirido los derechos, y fueron demandados por 2,5 millones de dólares. Éste y otros casos pusieron a muchos en guardia, y la exigencia del ‘all samples cleared‘ tuvo un impacto en el proceso creativo. A partir de entonces los artistas se ven ante la necesidad de identificar cuidadosamente todo lo que samplean y obtener los derechos para ello, perdiendo así en frescura y originalidad. Discos como It Takes a Nation of Millions to Hold Us Back (Public Enemy, 1988) o Paul’s Boutique (Beastie Boys, 1989) serían impensables desde entonces.
La cara triste de este asunto es que lo recaudado por los derechos de sampleo casi nunca alcanzaba a los creadores originales, sino que pasaba a engordar las cuentas de las casas discográficas dueñas de los catálogos. Un ejemplo flagrante por lo icónico y representativo es el de Clyde Stubblefield.
Conocido como el original funky drummer, Stubblefield fue batería de la banda de James Brown a finales de los ’60. Eran sus baquetas las que tocaban en decenas de breaks que acabaron siendo sampleados en cientos de canciones, entre ellos el del famoso ‘Funky Drummer’. El tipo contaba (sin victimismo, sin perder la sonrisa) que, a pesar de ser el baterista más sampleado de la historia, jamás vio un dólar en royalties por ninguno de esos cortes. ¿Es el mercado, amigo?
ALGUNOS EJEMPLOS
Llegados a este punto, con la teoría aprendida, es hora de pasar a la práctica y escuchar un puñado de muestras con las que ilustrar esta historia. Se recomienda abrirse de orejas.
The Avalanches – Since I Left You
Since I Left You (2000) es un jolgorio de principio a fin, tal como se intuye en el tema que le da título. Los samples se cuentan por cientos, y es una delicia continuar descubriendo nuevos detalles con cada nueva escucha. Un disco ingenioso e imaginativo en el que las canciones fluyen en una experiencia sonora maravillosa.
DJ Shadow – The Number Song
El californiano se marcó un álbum de debut (Endtroducing….., 1996) impresionante. Un sampler y un par de tocadiscos fueron sus instrumentos para facturar uno de los discos más influyentes de la historia. Eso, e interminables horas de escarbar montañas de discos en tiendas de segunda mano, en busca de esos segundos inspirados de una canción desconocida que poder reutilizar. En esta ‘The Number Song’ hay pinceladas de Metallica, y también homenajes a referentes como Grandmaster Flash, entre otros. La colección de discos del amigo Shadow tiene decenas de miles de referencias, lo que permite hacerse una idea de lo bastas que son sus fuentes.
A Tribe Called Quest – Can I Kick It?
Otros favoritos de la casa. Estandartes del rap alternativo, político pero bailable. Supieron tender puentes con el jazz, pero también dejar su firma en la cultura popular con este ‘Can I Kick It?’ que se deja mecer empujado por el ‘Walk on the Wild Side’ de Lou Reed.
Portishead – Glory Box
Los de Bristol han sido parcos en discografía, pero a cambio cada entrega fue excelente. En este tema Beth Gibbons canta entre chulesca y desvalida sobre las elegantes cuerdas que tomaron prestadas a Isaac Hayes. En otras canciones Portishead llegaron a grabarse a sí mismos para luego samplearse, buscando un efecto sonoro imposible de obtener de otra manera.
Danger Mouse – 99 Problems
Negro + Blanco = Gris. Y eso hizo Danger Mouse (la mitad de Gnarls Barkley): Música del White Album de The Beatles, voces del Black Album de Jay Z. Lejos de ser un simple mash-up, aquí hubo un trabajo enorme para que los loops y samples de The Beatles se adaptaran al flow the Jay Z. De hecho, en muchos de los cortes no es tan obvio identificar qué canción del White Album está sonando. El proyecto comenzó como un simple desafío personal y la intención de hacer unas cuantas copias en tirada limitada. Pero la voz se corrió y acabó convirtiéndose en un fenómeno en internet. A pesar de tener el visto bueno de Jay Z y de McCartney y Starr, los de EMI no tardaron en denunciar para que se parase la máquina.
Madonna – Hung Up
El pop también samplea. Y Madonna es la reina del pop. Y si quieres un hit, ABBA no fallan. Que ya lo advirtieron los chanantes: “¡con buen pijo bien se jode!”.
Gonjasufi – Kowboyz and Indians
¿Son Las Grecas esas que ponen el contrapunto a la voz rota, arrastrada y rabiosa de Gonjasufi? Cuidado, esta canción rompe cabezas.
Solo los Solo – Todo el Mundo lo Sabe
Griffi y compañía tiran ni más ni menos que de Los Chichos para el estribillo de este corte de Todo El Mundo Lo Sabe (2005), un álbum mítico del rap español, en el que los de Rubí se propusieron poner a todo el mundo a bailar tirando de rumba, funk y experimentación. La calle de los 2000 guiñándole un ojo a la calle de los ’70.
SAMPLEAR, SÍ. POR SUPUESTO
Pero con cabeza y buenas intenciones. Eso también.
El sample es otra manifestación más de la imitación, elemento que ha hecho evolucionar la música desde siempre. Así, el jazz estuvo influenciado por la música tradicional de los inmigrantes que llegaron a USA. El soul y el rhythm & blues por el jazz y el gospel. El funk por el soul, el R&B y el jazz. El rock por el R&B y el blues. El disco por el soul y el funk. El hip hop por el funk, el rock, el soul, el jazz, el disco…
Esa mirada al pasado, a los que vinieron antes, lejos de verse como un robo, debería entenderse como un homenaje de quien siente pasión por las músicas que le precedieron. Samplear es compartir esa pasión, es traer al hoy lo que otros hicieron ayer. Es el extremo final de una línea que te lleva atrás en el tiempo mientras te cuenta una historia.