Uno de los signos que caracterizan nuestros días es un conocimiento cada vez más superficial de lo que nos rodea, como consecuencia de una atención intermitente. No es que hayamos dejado de escuchar discos de la primera a la última canción, es que apenas retenemos unos segundos de atención en la pista de Spotify antes de ir a la siguiente. ¿Qué futuro espera a la música en estos tiempos de atención dispersa?
OCÉANO DE INMEDIATEZ
Vivimos en un océano de inmediatez. Todo es ahora. Más allá de los 140 caracteres de un tuit, comienza a ser un texto demasiado largo. Nos movemos a golpe de titulares, y perdemos capacidad de análisis y concentración. Como ejemplo: el tiempo medio de vida de un tuit son diez minutos. Cada vez es más frecuente realizar más de una actividad a la vez y comunicar desde distintos soportes. Utilizamos varios dispositivos, estamos conectados 24/7. Y, para ello, hipercomunicamos: tablets, móviles, portátiles, apps, redes sociales… estamos permanentemente conectados recibiendo y lanzando información. Cuando McLuhan afirmaba que el medio es el mensaje, difícilmente habría imaginado esta avalancha de dispositivos… Los roles de emisor y receptor en la comunicación también son cada vez más difusos, con redes desde donde se lanzan mensajes desconociendo el número de receptores o si el impacto se viralizará o no.
Nos encaminamos hacia una sociedad de prescriptores. Cada vez cobran más relevancia los influencers, los creadores de opinión: instagramers con miles de followers, youtubers con millones de plays o visionados.
Y una de las paradojas de lo anterior es que el valor de los contenidos tiende a cero. Producimos muchos más contenidos que los que somos capaces de consumir. Y la tendencia es que esto vaya a más. Un ejemplo: el 20% de las canciones de Spotify nunca se han escuchado.
Es tal la cantidad de música al alcance de cualquiera, que ahora mismo lo más valioso es activar en el usuario la capacidad de atención. En los años 80 y 90 el éxito se podía medir en función del número de ventas físicas de los distintos soportes (vinilos, casettes, CDs, etc). Hoy por hoy, la unidad de medida del éxito es la atención. Reed Hastings, CEO de Netflix, al referirse a Amazon como potencial competidor, señalaba cuál es su auténtico rival para continuar creciendo: «(En Amazon) están haciendo una gran programación, y seguirán haciéndola, pero no estoy seguro de que eso nos afecte a nosotros porque el mercado es muy grande. Pensad sobre ello: cuando ves una serie de Netflix y te enganchas, te quedas hasta tarde viéndola. Al final, estamos compitiendo con el sueño». Por la atención del usuario.
Algo similar sucede con la música cuando puedes elegir entre escuchar cualquier canción. De cualquier álbum. De cualquier grupo. De cualquier país. De cualquier año de la historia. Incluso Spotify incluye cada vez más contenidos de podcasts. Al alcance de la mano, con solo hacer click, reproducir un directo de U2, un discurso de Luther King, tu progama de radio favorito… y eso, sin contar con el coste de oportunidad que supone que el tiempo que dedicas a escuchar música te impide consumir tus series o películas favoritas. Marta García Aller, en su último libro sobre la sociedad digital «Lo Imprevisible» (Editorial Planeta, 2020), cuantificaba la oferta audiovisual de todas las plataformas nacionales en más de 50.000 horas de películas y series. Un año tiene 8.760. Y, por el momento, un día sigue teniendo solo 24 horas. Definitivamente, vivir es elegir.
DISPOSITIVOS QUE SOLO SERVÍAN PARA ESCUCHAR MÚSICA
Pablo Drexler Laan -investigador y músico- ha estudiado la diferencia entre los dispositivos que solamente servían para escuchar música (walkman, discman…) y los artefactos actuales con capacidad de computación suficiente para poner al hombre en la luna:
«Sentí una diferencia enorme entre cómo percibía la música cuando tenía 10 u 11 años, cuando mis padres me regalaron uno de los primeros iPod. Antes de ello tenía un discman para CD. Ambos son aparatos restringidos a una sola función, que es reproducir música. Recuerdo una sensación muy intensa de ir cada mañana al colegio con mi iPod y poner música, era inmersiva.
Luego he tenido otra experiencia a partir de los 16 años con mi primer smartphone con 3G, en el que tenía acceso con Internet a casi toda la música del mundo al mismo tiempo. Aunque en aquel momento no sentí una gran diferencia, sólo seguía artistas, estos años en la universidad sí que veo un cambio muy claro entre escuchar música en un dispositivo que sólo sirve para escuchar música. Y hacerlo en un dispositivo que no solo es un reproductor de música sino también un aparato a través del cual ves el mundo -el móvil-. Éste es casi como una lente que llevas puesta, y ves internet, las redes sociales, WhatsApp, eso supone una distracción enorme a la hora de escuchar música. Físicamente no puedes hacer otra cosa a través de un discman que escuchar música. En cambio a través del smartphone, puedes estar escuchando una canción y a la vez contestar un mensaje de alguien. Esas cosas, aunque en principio pasen desapercibidas, causan un deterioro en tu escucha de la música. Me llama mucho la atención el hecho de lo mucho que se puede interrumpir la música hoy, y también lo que se interrumpe sin que tú quieras: un ejemplo muy bueno con un smartphone es escuchar una canción y si te has dejado el sonido encendido, te entra un mensaje y te suena un ¡pin! que a la vez provoca que baje el volumen de la canción. Eso son como dos mundos: el de la escucha, y otro el mensaje de una persona con la que hablas, que se solapan de repente, y que ahora es nuevo, antes no pasaba ni en el discman, ni en el vinilo, ni en el DVD, ni en el reproductor de cassette. Y, sobre todo, que haya una barrera física para que tú tengas que levantarte para pararlo, esto también cambia mucho porque cuando estás con un teléfono sólo tienes que mover el pulgar para parar la canción».
ALÉJATE DE TU MÓVIL
Según un estudio de la Universidad de Chicago, el 80% de la veces en que se reproduce una canción en Spotify no se escucha más allá de los primeros cinco segundos.
Pon distancia con tu móvil. Modo avión, apagado, o en un cajón… en la habitación de al lado. Ese mismo estudio afirma que la distancia a la que estés del móvil afecta mucho a la capacidad de concentración. En esta prueba, que se realizó a quinientos estudiantes de la Universidad de Chicago, se ha demostrado que en función de dónde pusieran su teléfono móvil, respondían mejor o peor en ejercicios de cognición. Es decir, lo que más repercute en la concentración o desconcentración es el hecho de saber que el teléfono está ahí.
Si lees una novela o escuchas música, con el móvil en otra habitación, es muy distinto a tenerlo en el bolsillo. La conclusión de este estudio es que no es tanto que estés pensando en el móvil conscientemente, sino más en el inconsciente. «Una parte de ti quiere coger el móvil y ver si hay una notificación. Una parte de tu cerebro se dedica al autocontrol e invierte energía inconscientemente. Al consumir esa energía finita, menos habrá para otras cosas”.
SURFEAR LA REALIDAD
Los adultos estamos cada vez más dispersos y nos aburrimos más fácilmente sin profundizar en nada. Es un hecho. En palabras de Marta García Aller, recibir mensajes continuamente en el móvil, ojear redes sociales y leer a trozos noticias en internet está favoreciendo que procesemos más información y más rápidadmente. Es muy útil para surfear, pero las interrupciones constantes perjudican nuestra concentración. En 2010, Nicholas Carr ya advertía de algo similar en «Superficiales: ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?» (Editorial Taurus). Ojo, este ensayo es de 2010, el mismo año en que Apple lanzó el iPad. Aunque ahora mismo se nos puede hacer extraño imaginarlo, hubo un tiempo, no tan lejano, en que vivimos sin tablets y móviles de última generación.
LA SINGULARIDAD DE LO NO CUANTIFICABLE
Otro tema muy controvertido es el reguero de información que vamos dejando sobre qué consumimos y nuestros gustos, así como la capacidad de los algoritmos para alimentar nuestras preferencias sobre ese mismo itinerario. Según el filósofo surcoreano Chul Han, el dataísmo es la capacidad de acumular enormes cantidades de datos. Y sus reglas son las siguientes: a) todo lo mensurable debe ser medido; b) los datos son lentes transparentes y fiables que permiten filtrar emociones e ideas; c) los datos proporcionarán caminos formidables para comprender futuro y pasado.
No es el contenido, no es el soporte, lo más valioso en términos económicos es la atención del usuario. Por esa atención es por la que se pelearan, cada vez más, las empresas. “Hoy se registra cada click que hacemos, cada palabra que introducimos en el buscador. Todo paso en la red es observado y registrado. Nuestros hábitos digitales proporcionan una representación muy exacta de nuestra persona, quizá más precisa o completa que la imagen que nos hacemos de nosotros mismos”.
Las cosas se convierten por sí mismas en proveedores activos de información. Informan sobre nuestra vida, nuestras costumbres. La web hace posible un registro total de la vida. Ahora también nos vigilan las cosas -y las aplicaciones- que usamos diariamente. Todo lo que es medible, lo será.
Melodías y ritmos que sean reemplazables por un ordenador, lo serán. Sin embargo no veo a una máquina, a día de hoy, componiendo Bohemian Rhapsody. En ese proceso de automatización de tareas quedará al margen la singularidad de lo no cuantificable. Ese talento impredecible que diferencia a los humanos de las máquinas.
Amigo lector, si has llegado hasta aquí, muchas gracias por tu atención (nunca mejor dicho). Es un texto un poco denso para este periodo estival. Disfruta del verano y no te disperses entre tanta alternativa. Y recuerda, hoy más que nunca, vivir es elegir.