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Bingo · Experimentar hasta alcanzar la cumbre

Es probable que ‘Bingo’ para ti sea solo ese sitio en el que se cantan líneas y ponen copas baratas. Es posible que ‘Mercromina’ para ti sea solo un recuerdo de heridas pintadas de rojo en tu infancia. De ser así, te advierto: si sigues leyendo, estás a punto de descubrir un disco fundamental de una banda enorme. Si te dejas, tus tímpanos serán por primera vez acariciados y golpeados por un artefacto sonoro como se han facturado pocos en la historia del rock español.

De entrada, hay que deshacerse de unos cuantos prejuicios: olvídate de indie-rock, porque Mercromina fueron un grupo de una profundidad e inquietud artística muy por encima de las bandas con las que compartieron generación y etiquetas. Deja también a un lado la coletilla “ex-Surfin’ Bichos”, porque Mercromina lograron dar con un discurso propio sin tener que agarrarse a laureles del pasado. Y, por último, rompe ese supuesto de partida de que los anglosajones inventaron esto del rock y lo hacen mejor, porque hay pasajes en este disco que miran de igual a igual a My Bloody Valentine, Goodspeed You! Black Emperor o Mercury Rev. Ahora ya solo necesitas calzarte tus mejores auriculares y pulsar play. Suena Chaqueta de Pana, y es hora de adentrarse en Bingo (Subterfuge, 2002).

 

EL ORIGEN

Para contextualizar un álbum como el que nos ocupa es necesario volver la vista atrás. Los de Albacete llevaban cinco años en marcha y tres discos publicados. Acrobacia (Subterfuge, 1995) seguía en cierto modo la estela de Surfin’ Bichos, con el grupo tratando de encontrar su encaje en unas nuevas coordenadas, al margen de la explosión indie que estaba teniendo lugar ahí afuera. Hulahop (Subterfuge, 1997) fue la transición hacia una identidad y sonido más personales, aunque algo irregular por lo variado de las canciones. Con Canciones de Andar por Casa (Subterfuge, 1999) subió el nivel de exigencia técnica y compositiva. Hubo mucho de aprendizaje y experimentación hasta firmar unos temas más complejos que en trabajos anteriores. Estaban en su mejor momento y la gira de presentación se prometía emocionante. Pero una hernia dio al traste con el tour y a punto estuvo de acabar con el proyecto. Tras un parón de siete meses, lo que antes funcionaba parecía no servir más, los ensayos eran fríos, y una sensación de derrota se apoderó del grupo.

Pero Mercromina eran una banda que no soportaba la rutina, así que ese largo paréntesis que para otros podría haber sido el final, para ellos no fue sino un punto de partida hacia territorios desconocidos. Parecía evidente que, para seguir adelante, se hacía necesario explorar nuevos planteamientos, aun sin saber a dónde les llevaría todo aquello. El cambio de paradigma fue total: cambiaron su manera de entender la música, probando nuevos instrumentos y estructuras, retorciendo el formato de canción y el papel que cada músico desempeñaba en ella. Dejándose llevar por la propia búsqueda, despreocupados por el destino hacia el que se dirigían, dieron con un modo de trabajo que los desafiaba como músicos y les devolvió la ilusión.

mercromina – puño de hierro, guante de seda

 

¡ES LA EXPERIMENTACIÓN, AMIGO!

Ese espíritu explorador que eclosionó y perfeccionaron en el local de ensayo, mientras jugaban a improvisar sobre secuencias que Joaquín Pascual llevaba grabadas, se trasladó al estudio cuando llegó el momento de grabar: Todo un verano por delante en El Refugio Antiaéreo (Granada), con Carlos Hernández a los mandos de la producción. Tiempo de sobra para experimentar sin presión a partir de ideas nucleares de las cuales iban surgiendo y expandiéndose las canciones. De manera deliberada decidieron no hacer maquetas previas, para dejar espacio a la improvisación y no mecanizar el proceso. Así, cada canción partía de una intención más que de un sonido o una estructura ya trazada.

El resultado no pudo ser más sorprendente, aunque a muchos seguidores de la banda se les hizo complicado encajar los sonidos de aquel mundo nuevo y gélido que emergía desde un sobrio CD plateado. Cual reflejo de la grabación, en la que el proceso y no el objetivo fue lo realmente revelador, Bingo se descubre como un viaje hacia Ninguna Parte (así se llaman los tres cortes instrumentales del disco), un continuum donde el goce está en el trayecto.

 

El frío es otra sensación que parece envolverlo todo en Bingo. Se adivina ya en la portada en blanco y negro, donde unos abrigados personajes, armados con detectores de metales, escrutinizan el suelo (de nuevo la búsqueda, no la meta). Además de glacial, es este un disco muy cinematográfico y evocador. Avanza lento pero firme, cambiando los paisajes como para que cada canción lleve asociada una sensación que despertar en quien la escuche. La Vida Mix es la calma más total, pero acto seguido nos esperan la angustia y la asfixia de En el Palo de un Polo o Caterpillar. Lo que provoca esas emociones son las texturas sonoras, a veces vaporosas, otras (muchas) densas, viscosas. Sutilmente empiezan a surgir pistas que, de la nada, crecen hasta conquistar el primer plano de las canciones, para luego disolverse con la misma suavidad con la que aparecieron. Como tesoros, decenas de detalles se esconden en la mezcla, responsables de que algo muy bestia se convierta en lo más delicado.

 

Bajos que salen de su papel rítmico habitual para ser muchas veces ruido, y melodía, y amalgama, y más ruido. Repetición de aires kraut, arropada, ahogada o reforzada por el ambiente para llevarla lejos de la monotonía. La voz de Joaquín Pascual, frágil, casi rompiéndose en primeros planos, se desdobla en otras ocasiones, oscura y misteriosa. No se nota, no se entiende, y pasa a ser solo un instrumento más. Zarpazos de guitarras como sierras. Teclados, sintetizadores y rhodes como colchones mullidos. Baterías que conviven con programaciones, de la mano masajeando cerebros sin perder el alma.

Escribo esto y también yo echo la vista atrás hacia aquellos meses en que Bingo se convirtió en una obsesión. Un CD que iba conmigo allá donde fuese, porque siempre había algo por descubrir, casi como tener un disco nuevo cada vez. Recuerdo escuchar las guitarras que salpican La Vida Mix y pensar “¡es increíble que esto se haya hecho aquí, en Albacete!”. Me acuerdo también de colar El Libro de Oro de la Congelación para que sonara en un bar una noche de fin de semana. Hubo caras largas, pero a mí me parecía un single brutal. O aquellas veces en las que, lo admito, estando en casa de mis padres me levantaba a bajar el volumen cuando llegaba Caterpillar. Ese nivel de ruido y distorsión tremendos, el estruendo de aquella apisonadora, eran una bofetada tan intensa que llegaba a dar apuro.

 

Otro fragmento que disfrutaba cada vez, y todavía hoy me emociona, es cuando, en la suavidad de Ninguna Parte III, las guitarras parecen querer desbocarse hacia una distorsión descontrolada. Te llevan al límite, pero nunca acaban por romper. La furia está ahí como por omisión, y la sensación es mágica.

Bingo fue revelación y brújula. Dio pie a conciertos brutales, de esos en los que el aire se vuelve denso y el estruendo se te agarra a las tripas. También fue campo base imprescindible, en el que el grupo se aclimató para continuar un ascenso que culminó con Desde la Montaña Más Alta del Mundo (Subterfuge, 2005), su último disco. Presentado al mismo tiempo que la la banda anunciaba su separación, fue una despedida en estado de gracia. En palabras de Carlos Cuevas (batería), con él “Mercromina encontró su sonido, pero se perdieron ellos”. Y vaya si encontraron su sonido, y en gran medida gracias a los hallazgos de la gran aventura que vivieron con Bingo.

cuevas y pascual – toda una vida de ruido
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